Llegó una noche, yo habitaba una casa de bahareque y los relámpagos estallaban el cielo, era la casa de la madre y el padre que le abrían la puerta a los espantos ampliados por la oscuridad. Entonces, escucharíamos el llanto de una mujer que había tirado sus hijos al río, que sufría eternamente y su castigo era vagar por los ríos esperando encontrarlos.
Ella apareció de nuevo en la ribera del Río Cauca. Era de noche y el fuego empezaba a disiparse, yo estaba sobre una gran roca que sabía todos los secretos del río y me abrigaba en su milenaria materia. Sobre un meandro del río una figura menuda se mostraba con cierta timidez en un fulgor de chispas fluorescentes. Tuve miedo, sentía el silbido del río como un llanto que salía de la boca de ella, poco a poco se aproximaba; por momentos desaparecía y de nuevo sobre las aguas, se veía un lento discurrir de lucecitas. Me quedé quieta, en silencio y empecé a dibujar en mis recuerdos esa historia tantas veces contada.
Ella estaba allí, cerca de mí, muy cerca y el llanto me embargó, eso que creía incierto se revelaba en la voz de mi madre y en la presencia misteriosa esa noche en el río. Eso que creía incierto, mágico, adquirió otra voz desde el arte, cuando tuve la oportunidad de acompañar la obra “Magdalenas por el Cauca” de Gabriel Posada; y la llorona de nuevo me confrontó en un río habitado por sombras y cuerpos, por mujeres que buscaban y vagaban por los ríos para encontrar los restos estrujados que dejaban los gallinazos sobre los cuerpos de sus seres queridos. Esa llorona se aparece también en las mujeres de mis barrios, esas que pierden sus hijos en este conflicto social colombiano.
La Llorona surge a partir de un trabajo creativo que ha venido tomando forma desde el performance y la instalación. Una sucesión de actos que sin estar planeados se han configurado e hilado en un relato secuencial; por eso mis performances Éxodo, Exhumaciones y ahora La Llorona, en su orden, aluden a la desaparición del cuerpo, al hallazgo del cuerpo y a la posibilidad del duelo a partir del llanto.
En Éxodo, (2005) enterraba machetes haciendo referencia a esa época de la violencia política en Colombia en la que, a machete, se asesinaba y que de acuerdo a los cortes se identificaba el bando que cometía el daño: el corte de franela, el corte de corbata, etc. Este performance era una manera de hablar de esa fragmentación del cuerpo, de esa singular manera de matar y rematar, de fragmentar para generar horror entre la gente. Su puesta en escena significó romper el silencio de la tierra que acuna a cientos de colombianos desaparecidos.
En el 2009 presenté en el Festival de Performance de Medellín Comuna 4 el trabajo Exhumaciones. El sentido de continuidad que traza este performance con Éxodo tiene que ver con la esperanza que albergan los familiares de las víctimas de poder recuperar los restos de los cuerpos en los que se ensañaron los violentos. Es como si en el abrir la tierra se materializara la posibilidad de encontrar los huesos, los cuerpos, de reconocer las víctimas, sentir la muerte y sobre todo sentir una inmensa vergüenza y pena por las familias que nunca llegarán a percibir un centímetro de justicia. De esta exploración surge la exposición Exhumaciones en el Museo de Arte de Pereira en 2010, configurada por unas telas, sudarios que albergaron alguna vez un cuerpo sanguinolento, la evidencia de esos cuerpos que una vez habían sido invisibilizados y que salían de la tierra, de las fosas comunes, permitiéndome crear La Llorona, para hacer un duelo, un cierre.
Llorar deriva del latín plorare que significa lamentarse, despertar compasión, ese lamento, este llanto lo propongo en solidaridad con las familias de las víctimas, como un acto creador y transformador. Esta es la posibilidad de la sanación y de la verdad a la que estamos invitados, no ocultar el llanto, no esconder la tristeza, sanar para reivindicar el valor de la vida, de las familias y sus víctimas de la violencia. El llanto es la prueba de que las verdaderas víctimas son los familiares y seres queridos de los asesinados, quienes deben soportar el dolor propio, imaginando el de los muertos.